David Galván admite que no ha podido pegar ojo tras indultar el pasado domingo 10 julio al toro “Guiñol”, de la ganadería de Juan Pedro Domecq, en la plaza de Estepona. "La principal virtud es que tuvo muchísima transmisión. Es curioso porque, antes de la corrida, cuando estaba entrando por el patio de cuadrillas, vino Juan Pedro Domecq a saludarme y me lo vaticinó". Acertó el ganadero con su apuesta, cuestión harto complicada en el mundo taurino. "Tenía mucha fe puesta en Guiñol. Me dijo que venía de una familia muy contrastada y, en concreto, de un semental que le estaba dando más transmisión a la ganadería, justamente lo que desarrolló", relata el torero de San Fernando apenas unas horas después del indulto.
En el caballo, eso sí, el de Juan Pedro sólo recibió un puyazo, algo que ya se ha vuelto una costumbre en la tauromaquia actual. "El toro fue bueno en los tres tercios. Sólo lo llevamos al picador una vez porque yo quería que se moviera", justifica Galván. "En la muleta fue donde se vino arriba", concluye antes de dar su opinión sobre si la práctica del indulto está perdiendo su excepcionalidad al convertirse en norma cada vez que un buen toro salta al ruedo en una plaza de segunda o tercera categoría. "Cuando se produce una sensación de emoción y vibración tan intensa como la que se vivió este domingo en Estepona y la gente pide el indulto de una manera tan apoteósica, no queda otra que escuchar al público".
"Todos trabajamos para que la Fiesta se convierta en un espectáculo más atractivo. Cuando se organizan espectáculos de calidad como ha hecho José Luis Lara con esta corrida, cuando la plaza se llena en los tiempos tan difíciles que corren y la gente se vuelca con lo que sucede entre el toro y el torero, si se pide el indulto como este domingo no hay mucha discusión". Galván admite a continuación que, en otras ocasiones, la petición popular puede resultar más polémica.
Fue justamente lo que ocurrió en la pasada Feria de Algeciras cuando cierto sector del tendido solicitó el indulto de un buen ejemplar de El Torero, de nombre "Adulzado" que, curiosamente, también le cayó en suerte a David Galván. "Me pareció un toro sensacional y que merecía honores, pero no me pareció una petición unánime. Por eso, cogí la espada y miré hacia la presidencia como una señal de atención o cortesía hacia la gente. Pero lo que yo realmente quería era darle, cuanto antes, un final digno y rotundo al toro". La mala suerte, o tal vez un segundo de desconcentración, provocó que el diestro gaditano lo pinchara en varias ocasiones, privándole de las dos orejas que habría cortado con una estocada de ley. "Son décimas de segundo, pero es cierto que, cuando uno está toreando y te desconcentras momentáneamente, sueles fallar. Tampoco quiero buscar excusas. Pasó porque tenía que pasar". La espina de Algeciras se la quitó en Estepona.
Nuevos retos
En la cabeza del torero se dibuja una nueva cita: este domingo se encierra con seis toros en su ciudad natal, San Fernando, para celebrar diez años de alternativa. "Estoy asumiendo nuevos retos", comenta el diestro que lleva también una década afincado en el Campo de Gibraltar, primero en Los Barrios y ahora en Algeciras, donde vive en el popular barrio de San Isidro. "No me arrepiento de estos diez años de alternativa. Creo que me han hecho ser la persona que soy ahora", afirma el torero a la vez que narra que este año se quedó fuera de los carteles de San Isidro de Madrid a ultimísima hora; tanto que ya tenía comprados los billetes de tren para acudir a la gala de presentación del ciclo y que, al saber que habían decidido no contar con él, mantuvo su viaje a la capital para visitar al Jesús de Medinaceli. "Al regreso, surgieron los carteles de la Copa Chenel que me han servido como escaparate a comienzos de temporada y unas oportunidades me han llevado a otras", asegura Galván quien la pasada semana toreó finalmente en Las Ventas dentro de la programación estival.
"El secreto está en tener la mirada puesta a medio plazo y seguir tu camino de constancia, trabajo, humildad y mejora diaria", explica al diestro quien, durante la pandemia, además de entrenar en un garaje de 50 metros cuadrados en una cuesta, reconoce que tuvo que retomar los estudios y trabajar en un sector muy distinto al taurino para salir a flote. "En aquellos meses de parón, me saqué la prueba de acceso a la universidad con muy buena nota. Gracias a eso, he podido acceder a Psicología y ya tengo varias asignaturas aprobadas", confiesa con cierto pudor Galván. "Simultáneamente, me fui al campo a trabajar en la corcha. La experiencia fue muy enriquecedora. Me levantaba a las cuatro de la mañana y, a las siete de la tarde, cuando terminaba, me iba a Pinar del Rey a entrenar. Reventado, claro, pero era lo que me quedaba. Sabía que, si quería seguir vivo como torero, tenía que hacerlo", recuerda el espada gaditano.
"Ahora, cuando vivo momentos especiales delante del toro, me acuerdo de aquellos días. Una compañera me regaló una pulsera hecha de corcho para que la mirase cada vez que fuera a torear y así recordase esa época". Lo que no mata hace más fuerte. Y eso, lo sabe David Galván, quien, en diez años de alternativa, suma en su cuerpo catorce cornadas y no pocas lesiones. "Es mi historia. Cada cornada ha sido una lección de vida. La que más ha repercutido en mi carrera fue la del brazo, en Jaén, cuando fui a recibir por primera vez a un toro a porta gayola. Me tuvieron que amputar un músculo del antebrazo, pero lo más difícil fue sobreponerme mentalmente. El médico daba por perdido que volviera a torear, pero yo me empeñé en lo imposible". Después de aquel desafío, vino lo que Galván ahora llama una bendición: hacer el paseíllo y desarrollar su propósito de vida delante de la cara del toro. No todos saldrán tan nobles como Guiñol, pero la existencia de los toreros se sustenta sobre esa lucha constante y, a veces, casi irrealizable.
/// Fuente. www.europasur.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario