David Galván y Curro Díaz, a hombros en el coso de La Línea.
Por. Gloria Sánchez Grande
Sostenía Séneca que el hombre sufría más a menudo en la imaginación que en la realidad. Si algo caracteriza a un Miura es, precisamente, su capacidad para temer lo peor y estar preparado cuando la catástrofe llegue. Los oropeles son la salvedad y los disgustos, la norma. Por ello, los Miura son estoicos por naturaleza. En una ocasión, varios periodistas felicitaron públicamente a Eduardo -la sexta generación junto a su hermano Antonio- por una gran corrida que acababa de lidiar en una plaza de renombre. Su respuesta fue inmediata: “Eso sólo indica que los toros malos aún están en la finca”.
Miura es un milagro, un caso único en la historia de la ganadería de bravo -y casi del mundo empresarial- porque ha pertenecido a la misma familia durante casi dos siglos, desde su fundación en 1842 por un sombrerero. La última vez que la legendaria divisa sevillana lidió en La Línea de la Concepción fue el 23 de julio de 1950, hace setenta y dos años, en un cartel formado por la rejoneadora Conchita Cintrón y los diestros Antonio Caro, José María Martorell y Pablo Lalanda.
Si antaño anunciarse con los Miura otorgaba épica y prestigio, ahora las figuras más cotizadas son las que se permiten evitarlos. A pesar de los años transcurridos, una leyenda negra sigue sobrevolando injustamente sobre ellos, desde la muerte bajo sus pitones de Pepete, El Espartero y, por supuesto, Manolete. En La Línea, este viernes, se han anunciado Curro Díaz, Manuel Escribano y David Galván.
La empresa de El Arenal se ha empeñado, un día más, en que los toros sean anónimos. Sigue sin haber tablilla ni reparto de una hoja a la entrada con los datos del festejo del día. Esta circunstancia ha desembocado en una situación algo chocante. Durante el reconocimiento veterinario previo a la celebración de la corrida, se decidió rechazar a uno de los Miuras porque hacía extraños con la vista. En su lugar, entró un remiendo de Gavira que en el sorteo le tocó a David Galván. Cuando salió por la portezuela de chiqueros, el público quedó sorprendido. “¡Qué toro de Miura tan raro!”, se escuchó entre los tendidos pues sus hechuras nada hacían recordar a uno criado en Zahariche. Pero sin tablilla, imposible saber su procedencia.
El de Gavira, para más inri, habría cumplido seis años en el mes de diciembre. Era un toro corraleado, resabiado y absolutamente rajado que, en el tercio de banderillas, se aculó en tablas. No había quién lo sacara de allí y las cuadrillas no sabían cómo meterle mano. Se intentó poner algún par al sesgo, sin éxito. Después de varios intentos infructuosos, la presidencia decidió cambiar el tercio sin que el toro tuviera prendido un sólo rehilete. Un hecho insólito. En el tercio de muleta, como era de esperar, Galván tampoco pudo sacar ni un pase. Si, aunque anónima, se anuncia una corrida de Miura a bombo y platillo, que los sobreros estén a la altura y no sean desechos de tienta. Lo barato, al final, siempre acaba saliendo caro.
Curro Díaz ha estado francamente bien durante toda la tarde y ha salido a hombros después de cortar una oreja a cada uno de su lote. Las dos estocadas han sido monumentales. ¡Qué solemne es la muerte suprema cuando se ejecuta por derecho! Sorteó en primer lugar un buen Miura, de nombre Barquero, algo blando de manos, pero noble y repetidor, que apretó por bajo en el caballo de picar. El público lo ovacionó de salida de lo bonito que era. El de Linares, después de brindar a Ruiz Miguel, lo toreó con gusto y desmayo; primero a media altura y, luego, bajando la mano. Terminó abandonándose con Barquero, que resultó ovacionado en el arrastre. Con el cuarto, sólo la estocada ya merecía la oreja. Durante la faena sonó Francisco Alegre y cierto sector del público no pudo evitar canturrear el pasodoble. En los carteles han puesto un nombre que yo no quiero mirar.
Escribano cortó una oreja en el segundo, un Miura que, desde largo, galopaba con brío al caballo. Lastima que, durante el segundo tercio, lo agotaran con tanta carrera y capotazo. Las banderillas deberían ser un monumento a la eficacia y la brevedad, incluso si las pone el matador. Convertir esa suerte en una cadena de recortes, a la postre, calienta al público pero quema al toro. No pudo Escribano torear a su quinto porque, precisamente banderilleándolo, sufrió una lesión en el gemelo que le cambió repentinamente el gesto. Gordo tiene que ser el daño para poder leer el dolor en el rostro del torero de Gerena, más duro que el pedernal. Estoqueó ese Miura en su lugar Curro Díaz, director de lidia. Según explicó tras la corrida su apoderado, sufre una rotura en el gemelo que le impide apoyar el pie.
Salió Galván ante el que cerraba plaza con las ansias de recuperar la oportunidad que había perdido a causa del marrajo de Gavira. Los contratos escasean y no era cosa de desaprovechar la ocasión. Brindó al público y estuvo muy valiente delante de un Miura con peligro. Otro toro orientado, con cara de viejo y al borde de los seis años. Quien le sacó el papelito al gaditano en el sorteo no tuvo su día. Por todo ese cúmulo de circunstancias, la presidencia le concedió las dos orejas, permitiendo que acompañara a Curro Díaz en la salida a hombros. Una docena de niños saltó al ruedo para acompañar a los toreros en el triunfo.
Ficha del festejo
Plaza de toros de La Línea de la Concepción. Segundo festejo de la Feria. Toros de Miura y un remiendo (3º) de Gavira, 1º ovacionado en el arrastre. Curro Díaz, de azul pavo y oro, oreja, oreja y silencio; Manuel Escribano, de carmesí y oro, oreja en el único que lidió; David Galván, de ceniza y azabache, silencio y dos orejas. Más de media plaza.
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